lunes, 4 de junio de 2007

SOBRE EL TRABAJO HUMANO

Esta es una pequeña reflexión sobre el trabajo humano que surgió a la luz de un informe para un curso... espero que sirva más para la discusión que para "mostrarme" así que ojala posteen:


El trabajo es una dimensión clave de la vida humana. En primer lugar las comunidades satisfacen las necesidades vitales colectivas por medio del trabajo, producen los elementos necesarios para mantenerse, para crecer y desarrollarse. En esta labor[1] estriba la capacidad humana de producir riqueza, es decir abundancia más allá del consumo. En segundo lugar, el trabajo es una forma de vida práctico - productiva (opuesta a la teórico - contemplativa) donde se da forma a un mundo de bienes materiales, pero también espirituales, un mundo propiamente “cultural” que aporta estabilidad y solidez a la vida colectiva. Un tercer aspecto, relacionado estrechamente con lo anterior, es que el trabajo es una actividad que integra a los individuos a una comunidad, por lo tanto es una dimensión socializadora y formadora de los individuos. En estos procesos “humanizadores” son mediadores entre la naturaleza y la sociedad, y por otro lado, entre los individuos y la colectividad. Esta actividad supone una estructura social que la determina, pero a la vez, una interpretación cultural que da sentido a la acción.
Uno puede argumentar que el trabajo ha ido perdiendo su carácter integrador y solidario a partir de las estructuras que surgen en la modernidad. La aparición de un capitalismo - industrialista como modo de producción dominante vació al trabajo de su componente socializador al enfocar la actividad productiva sobre los medios de producción (capital y tecnología) e interpretándola desde una razón instrumental – utilitarista que se concentra en la maximización del beneficio más que en la justicia de la distribución, en los medios más que en las finalidades éticas, en el bienestar individual mas que en el comunitario, en las cosas más que en el factor humano que existe detrás.

Marx criticó este desarrollo desde el concepto de enajenación y alienación, que señala como el trabajador pierde el dominio o control sobre lo que produce, lo que es una pérdida del sentido de su quehacer. Se ha indicado que la racionalidad imperante transforma en medios a todo lo que existe, el mundo “pierde todo halo sagrado” lo que es especialmente terrible cuando ello significa el vacío de valor de la vida humana.
Esta instrumentalización no es privativa de la sociedades capitalistas, sino que bajo la forma de control estatal totalitario estuvo presente en los sistemas socialistas de producción. Sin duda ese proceso o modelo industrializador generó una riqueza tal que las sociedades no podrían haber alcanzado por otros medios, sin embargo, volvió mas complejas las sociedades, los patrones tradicionales y las concepciones comunes de lo bueno, lo justo, y la verdadero, se volvieron problemáticos dificultando los procesos de integración y participación social, apareciendo nuevas formas de exclusión social (pobreza, marginalidad, delincuencia, etc.). Eso dificultó compensar la lógica instrumental con patrones éticos. Es problemático afirmar que la modernización es sinónimo de progreso ya que eso supone una visión antropocéntrica y eurocéntrica de la historia que hoy resulta muy dudosa.
Actualmente se dice que la producción se centra en la tecnología más que en la fuerza física, en la información más que en lo material, en la producción de conocimiento mas que en los procedimientos reglamentados, en la creatividad mas que en la repetición, en la libertad mas que en la dominación, que se constituye una nueva forma de cultura empresarial. Pero esto vale para “cierta clase” de trabajadores. Hay muchos trabajadores part – time y subcontratados que siguen ejerciendo labores “tortuosas” física e intelectualmente, sometidos a reglas y mandatos que deben acatar a ciega so pena de perder su empleo, en condiciones deplorables de seguridad, higiene, contracto, etc. éstos son verdaderos desvalores del trabajo. Este proceso de menoscabo del valor del trabajador se agudiza con el desempleo estructural que genera un “ejercito de reserva” inacabable que permite reemplazar al trabajador por cualquiera de los “cesantes” que esperan fuera de la empresa. Por otro lado, este sistema es pobre en los medios felicitantes o de gratificación, al generar sentido al trabajo sólo desde el consumo, desde la satisfacción del deseo fetichista generado y encauzado por las imágenes de la publicidad y los mass media. Así el trabajador es un medio para generar riqueza a otros, quienes le pagan con un sueldo que es un medio para consumir y saciar sus deseos, los que son meros medios de una industria publicitaria la que su vez es un medio del sistema productivo que es un medio de las clases gestoras dominantes para acumular riqueza y sobre todo, mantener la dominación y control sobre las comunidades. Así el trabajo mismo deja de ser un medio de bien común, de integración y de humanización, sino un medio impersonal de racionalización y control social (hoy a través de redes globalizadas de intercambio), capacidad o poder que es altamente valorado desde la interpretación racionalista, antropocéntrica, tecno – científica que ha marcado la deriva de nuestra civilización.
El manejo de estos cambios es cada vez más difícil, los saben los políticos, los empresarios y los trabajadores. Hay un creciente clima de inseguridad e incertidumbre que surge tanto de no poder controlar estos fenómenos, como de no saber como pensarlos, así como de no saber bajo que valor guiar la acción para cambiarlos en un sentido positivo y liberador. En este sentido me queda la impresión de que las sociedades han entrado en nuevas formas de heteronomía social, es decir que las comunidades han perdido la fuerza para decidir su suerte por sí mismas y dar sentido al mundo que les rodea, colocando ese poder en factores externos (en el poder de los técnicos, en la sacralidad de los principios económicos, en las “necesidades” de la modernización de las instituciones) atomizando el poder comunitario en la esfera privada del individuo. La ética, como el trabajo, es una dimensión colectiva que implica un “vivir los valores” y un aprendizaje ético que es capaz de transformar, a la larga, el pensamiento y el corazón de los individuos. Modificar las estructuras sociales que fomentan la deshumanización es una tarea complejísima y hay buenas razones para ser escéptico respecto a ello. Pero a la vez es una tarea ética, un imperativo moral que llama a no dejar de pensar en que “otro mundo es posible”. En este sentido reinventar lo político desde la democracia y desde una nueva comprensión ética de lo humano es indispensable para transformar el trabajo en una actividad humanizadora y de bien común.
[1] En este punto Hannah Arendt introduce una distinción muy interesante entre el trabajo y la labor, donde sería esta última actividad la encargada de reproducir la vida, producir objetos destinados al mero consumo que sostiene la vida biológica, productos que se obtienen por medio del esfuerzo físico fundamentalmente.